En un lugar muy lejano de
la ciudad se encontraba una familia conformada por tres, el padre y sus dos
hijos. Era un sitio donde la naturaleza abundaba igual que la calma en los
alrededores, era un sitio muy cómodo para vivir, había de todo, los cultivos
eran prósperos y el ganado también lo era, no había nada que faltara.
Por las noches el hijo
menor se quejaba de su vida, no le gustaba vivir ahí, quería ir a la ciudad a
conocer gente y a disfrutar todas las cosas que habían allí. Se sentía
desconsolado y abatido cada vez que escuchaba a uno de sus amigos cercanos
hablar de lo bien que se la pasaba al ir a la ciudad, conocía a muchas chicas y
hacia cosas que en aquel lugar no había donde.
El hermano mayor le
encantaba cumplir sus obligaciones todos los días, se sentía satisfecho con
todo lo que tenía, no había algo más que pedir, se sentía dichoso. Se
levantaba cada mañana para apreciar el alba que desde su ventana se veía
bellísimo, la mezcla de tonalidades azules, naranjas y rosas lo deleitaban.
¿Qué más podría pedir? Siempre se decía.
Los días pasaban y Jadash
el hijo menor, entro en locura; su padre Eliel no sabía cómo complacerlo, ya se
volvía un tema difícil de tratar. Bejor el hijo mayor ignoraba lo que sucedía y
se enfocaba en su trabajo de cada día.
Jadash empezó a sentir
una tristeza profunda en su corazón, ya no obedecía a su padre e ignoraba a su
hermano. Estaba elaborando un plan para irse a la ciudad a disfrutar lo mismo
que su amigo, pero sin dinero no podría lograrlo. Su padre una vez le había
hablado de la herencia que le tenía apartada a él y su hermano, hubo esperanzas
por un instante, ahora faltaba reclamárselo a su padre.
Fue una madrugada a la
habitación de su padre, donde se encontraba arrodillado orando. Jadash ignoro
el hecho de que Eliel estaba ocupado, porque pensaba que eran tonterías lo que
hacía su padre cada mañana. Le toco el hombro con unos ligeros toques con el
dedo índice, no era un buen momento, pero eso no detuvo a Jadash. Su padre
inclino la cabeza hacia atrás con el ceño fruncido, al ver a su hijo menor, una
sonrisa apareció en su rostro ya con pequeñas arrugas. Jadash empezó a reclamar
su herencia, Eliel asombrado negó la idea de entregársela tan pronto, su hijo
insistió hasta agotarlo.
Por la noche le entrego
su herencia en una bolsa de tela, Jadash con una sonrisa socarrona agradeció y
se fue a su habitación. Ya podría salir de aquel aposento, tener una vida
citadina por fin.
En la madrugada tomo su
maleta con algunas cosas necesarias para su viaje y salió de casa sin haberse
despedido de su padre y ni de su hermano que lo observaba por su ventana, en
ese momento no tenía idea de que estaba escapando de casa, sino que fue por fin
a hacer su labor en el terreno.
Jadash fue a la carretera
y mostro el dedo pulgar como le había enseñado su amigo para pedir un aventón.
Varios carros pasaron a escasos centímetros de él, hasta que una camioneta roja
con vidrios polarizados le abrió la puerta para llevarlo a la ciudad, al lugar
deseado de Jadash.
Avanzaron por la
carretera hablando, el que conducía tenía una voz ronca y la mujer a su lado
tenía una voz muy seductora. En ese instante no se percataba de eso, solo
estaba ansioso de llegar a su destino.
Al llegar a la ciudad veía
todo lleno de luces, colores, personas, que hacían que su corazón latiera tan
fuerte como si quisiera salir de su pecho. Agradeció a la pareja antes de
bajarse del auto, contento camino por medio de la acera con ligeros saltos.
Entro a un sitio que estaba lleno de luces, música y todo tipo de personas.
Dejo su maleta en uno de
los sillones del lugar, y se metió el dinero en los bolsillos de su chaqueta.
Camino hacia la pista de baile y trataba de imitar los movimientos de la gente
al son de la música que retumbaba en el lugar aturdiéndolo y llevándolo a un
mundo desconocido. Veía que la gente se acercaba a un señor que agitaba un
envase de metal, fue hasta la barra y pidió lo mismo que los que estaban a su
alrededor. Cuando le dio la bebida amarillenta, Jadash la observo con
curiosidad y luego bebió sin pensarlo, el líquido bajo por su garganta
lentamente y sus sentidos se activaron, pidió y pidió toda la noche mientras
bailaba al lado de muchas chicas como se las había mencionado su amigo.
Cuando ya no sentía
ninguna parte de su cuerpo, fue a buscar su maleta donde la había dejado con
sus pertenencias y ya no se encontraba. Al estar tan ebrio no le importo y se
fue hasta un lugar donde quedarse, sosteniéndose de todo lo que podía para
llegar.
1 Salmo 102: 1-3
2 Salmo 102: 6-7
Por: Paula Garcia
2 Salmo 102: 6-7
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